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La arquitectura religiosa del siglo XX en Latinoamérica. Dos enfoques posibles

Religious Architecture in Latin America in the 20th Century. Two Possible Approaches

DOI: 10.17981/mod.arq.cuc.31.1.2023.05

Article. Fecha de Recepción: 5/5/2023. Fecha de Aceptación: 1/6/2023.

Esteban Fernández-Cobián

Universidade da Coruña. La Coruña (España)

esteban.fcobian@udc.es

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Para citar este artículo:

Fernández-Cobián, E. (2023). La arquitectura religiosa del siglo XX en Latinoamérica. Dos enfoques posibles. MODULO ARQUITECTURA CUC, 31, 111146. http://doi.org/10.17981/mod.arq.cuc.31.1.2023.05

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Resumen

Cuando durante el siglo XX, Latinoamérica comenzó a manifestar al mundo su propia identidad, la arquitectura pudo hacerse eco de muchos de sus rasgos más característicos. Este artículo visita la arquitectura religiosa latinoamericana reciente —un tema que todavía no ha sido estudiado en su conjunto— tomando como referencia dos elementos de análisis: el criterio artístico y tecnológico —acaso el enfoque más habitual en las historias de la arquitectura escritas por arquitectos— y la vinculación de la arquitectura con otras ciencias humanas, como la geografía, la sociología, la teología o incluso la política, un punto de vista que hasta ahora no se ha aplicado en este continente.

Palabras clave: Arquitectura; Latinoamérica; religión; siglo XX

Abstract

When, during the 20th century, Latin America began to manifest its own identity to the world, architecture was able to echo many of its most characteristic features. This article visits recent Latin American religious architecture -a subject that has not yet been studied as a whole- taking as a reference two elements of analysis: the artistic and technological criterion -perhaps the most usual approach in architectural histories written by architects- and the linking of architecture with other human sciences, such as geography, sociology, theology or even politics, a point of view that has so far not been applied on this continent.

Keywords: Architecture; Latin America; religion; 20th century

Introducción

Latinoamérica es un continente tan vasto como, en muchos aspectos, desconocido; un conjunto heterogéneo de países cuyo único denominador común es su origen latino y su fe católica. Si exceptuamos el libro de Pérez (1997)Iglesias de la modernidad en Chile: precedentes europeos y americanos”, sobre el estudio de su reciente arquitectura religiosa la cual nunca ha sido abordada en su conjunto.

Durante el siglo XX, además de seguir recibiendo influencias de Europa, Norteamérica y otras partes del mundo, América Latina comenzó a manifestar su propia identidad. La majestuosidad de su natu­raleza virgen, las grandes diferencias sociales las cuales derivaron en procesos migratorios masivos, proliferación de favelas, los movimientos Sin Tierra o la Teología de la Liberación, la eclosión del pentecostalismo, o la construcción de grandes santuarios de peregrinación, son sólo algunas de las grandes cuestiones las cuales tienen algún tipo de incidencia en nuestro tema de estudio.

Por otro lado, las mutaciones experimentadas por la arquitectura religiosa en el siglo XX surgieron del encuentro entre la radical renovación que se llevó a cabo en la arquitectura moderna y los cambios producidos en el interior de las reli­giones. Al centrarse en la Iglesia Católica, estos cambios incluían una nueva consciencia teológica, el re­descubrimiento de las fuentes bíblicas, y signi­ficativas modificaciones en la praxis religiosa (la liturgia, sobre todo) que expresan la relación entre la fe y el mundo.

Se puede analizar la arquitectura de determinada área geográfica tomando como referencia cualquiera de estos elementos. En las historias de la arquitectura, escritas por arquitectos, lo más habitual es utilizar el criterio artístico como eje vertebrador del discurso, si acaso relacionándolo con la tecnología o con la historia en general. En el caso de la arquitectura religiosa, también se usan el culto y la espiritualidad (a menudo identificada con la simple emoción poética) como compañeros de juego. Se muestran los mejores resultados formales, de modo que puedan servir de ejemplo para realizaciones futuras y así, preservar el estatuto de arte para la disciplina arquitectónica (Liernur, 1990; Segawa, 2004; Gutiérrez, 2005; Pérez, 2015; Esteban, 2016). Este es un enfoque muy válido y es el primero que vamos a afrontar.

Sin embargo, existen otras angulaciones posibles las cuales en principio no deberían arrojar resul­tados estéticos tan deslumbrantes. Apoyándonos en otras ciencias humanas como la geografía, la sociología, la teología o incluso la política, también es posible explicar el desarrollo de la arquitectura religiosa contemporánea. En Latinoamérica, este punto de vista no se ha aplicado hasta ahora.

El enfoque artístico

Algunos de los ejemplos más celebrados de iglesias católicas construidas durante el siglo XX han sido el resultado de un fructífero encuentro entre las exploraciones del arte y la cultura de vanguardia. En este sentido, se debe recordar que, el retorno al diálogo con los artistas, el cual se había perdido durante la centuria anterior, preocupó a los últimos papas, especialmente a Pablo VI y Juan Pablo II. Esto significó, por un lado, la apertura y el interés de destacados pensadores eclesiales hacia las posibilidades que el arte moderno ofrecía para renovar la expresión de los misterios de la fe; por otra parte, algunos artistas se manifestaron atraídos por el misterio de lo sagrado, fueran o no creyentes. Así, destacados arquitectos vieron la oportunidad de renovar el lenguaje de la arquitectura sacra y de hacer coincidir sus propios intereses profesionales con uno de los grandes temas de la historia de la arquitectura. Latinoamérica no fue en absoluto ajena a este proceso, como demuestran algunos de los casos que se veran a continuación.

Catedral de Nuestra Señora Aparecida

Cuando se hace mención de la arquitectura latino­americana del siglo XX resulta inevitable referirse a Óscar Niemeyer. Su larga sombra s­igue gravitando, años después de su muerte, sobre todo el continente. La catedral de Nuestra Señora Aparecida, realizada en Brasilia, Brasil, durant­e los años sesenta (1958-1970) (Figura 1), fue c­oncebida como una suerte de hito urbano de carácter nacional. Su propuesta consistió en reducir la materia al mínimo y hacer del símbolo —una flor, un volcán, una corona— el elemento protagónico (Zuleta, 2011). Al volumen unitario de planta circular se ingresa desde el subsuelo, en una evidente búsqueda de la abstracción y con el objetivo declarado de conservar la pureza del cuerpo geométrico, que no quiere ser alterado ni siquiera por un acceso. La distribución de la asamblea en un pequeño sector de la planta genera una fuerte estetización de un espacio sagrado acaso más concebido para ser contemplado y gozado por los turistas que útil para sus propias funciones pastorales y litúrgicas.

Figura 1. Catedral de Nossa Senhora Aparecida, Brasilia (Brasil).

Fuente: Fotografía tomada por Douglas Kataki, 2015 [trabajo propio]. CC BY-SA 3.0 deed.

Iglesia de San Francisco de Asís

Previamente, entre 1942 y 1944, Niemeyer había construido en Pampulha (Brasil) la iglesia de San Francisco de Asís (Figura 2). El templo formaba parte de una nueva urbanización en las afueras de Belo Horizonte, realizada alrededor de un lago artificial. Algunos ele­mentos deben tenerse en cuenta al analizarla: en primer lugar, el arquitecto asumió el encargo a pesar de su relativa lejanía de la Iglesia, como un mero ejercicio de estilo. Le interesaba especialmente la cuestión estructural: la construcción de las cáscaras parabólicas que solucionaban el problema de salvar una gran luz, favoreciendo la opción de una nave única como dispositivo capaz de congregar a la asamblea alrededor del altar (Duque, 2012). A­demás, la masiva inclusión de mosaicos de Cándido Portinari constituyó una contribución significativa a la discusión sobre la síntesis de las artes que marcaría la arquitectura de la década de 1940. Las dificultades con la jerarquía eclesiástica a la hora de consagrar el edificio pusieron de relieve hasta qué punto estas exploraciones constituían el resultado de las convicciones de grupos artísticos muy restringidos, no siempre compartidos ni por la cúpula de la Iglesia ni por el pueblo llano (Figura 2).

Figura 2. Iglesia de San Francisco de Asís, Pampulha (Brasil).

Fuente: Fotografía tomada por Matthias Ripp, 2010 [Flick]. CC BY 2.0.

Iglesia de Nuestra Señora de Fátima

No ocurrió lo mismo con la iglesia de Nuestra Señora de Fátima (1956-1959), situada al nort­e de Buenos Aires (Argentina) (Figura 3). Su comi­tente, el padre Fidel Horacio Moreno, tenía cone­xiones directas con el Movimiento Litúrgico. Este p­royecto es fruto de una reflexión antropológica muy consciente compartida con los arquitectos —Eduardo Ellis y Claudio Caveri—, la cual se hizo explícita en sus publicaciones, casi diez años más tarde, por parte de este último, de una serie de ensayos reunidos bajo el título “El hombre a través de la arquitectura” (Caveri, 1967). Esta iglesia se ordena a partir de una planta central en cruz griega, en donde la penumbra interrelaciona los diversos espacios generando un rico diálogo entre ellos. La reinterpretación de las iglesias coloniales altiplánicas que preocupaba a sus autores es evidente en los exteriores, caracterizados por una espiritualidad del despojo que marca y enaltece el conjunto (Figura 3).

Figura 3. Nuestra Señora de Fátima,

Martínez-Buenos Aires (Argentina).

Fuente: Gottfried (2015).

Por otra parte, tanto la iglesia de Atlántida (Uruguay), construida por el arquitecto Eladio Dieste (Figura 4), como la capilla del Altillo de Coyoacán, realizada por Enrique de la Mora y Felix Candela en la Ciudad de México (México) (Figura 5), tienen su punto de arranque en la estructura, aunque ciertamente, vayan más allá de ella.

Iglesia de Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes

La iglesia de Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes (1952-1960), la cual se levanta en el balneario uruguayo de Atlántida (Figura 4), plantea una cierta tensión entre innovación estructural e innovación litúrgica. En ella, Dieste pone la estructura al servicio de la construcción de una iglesia la cual contaba con los medios econó­micos mínimos y que, por tanto, podría haberse asimilado a un galpón o a una nave industrial. Fue el arte constructor de Dieste el que, a través de su ingenio y del manejo de la luz, le confirió un carácter místico —emocionante— al espacio (Duque, 2011). El episodio del baptisterio junto al ingreso, al que se desciende para manifestar la fuerza simbólica del rito sacramental, pone de relieve la consciencia espiritual y litúrgica del autor, quien construiría posteriormente dos iglesias más (Figura 4).

Figura 4. Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes,

Atlántida (Uruguay).

Fuente: Fotografía tomada por Andrés Franchi Ugart, 2011 [Wikimedia]. CC BY-SA 3.0 deed.

Capilla Nuestra Señora de la Soledad

En Nuestra Señora de la Soledad (1954-1957), De la Mora y Candela —autores de nume­rosas iglesias en México, tanto juntos como sepa­rados— consiguieron que la cubierta parabólica cumpliera varias funciones: unificar un espacio interior romboidal ordenado por la diagonal, foca­lizar la atención sobre el altar, y a la vez, abrir una suerte de trascoro en el que se sitúan un notable conjunto de vitrales de la artista Kitzia Hofmann, incorporados posteriormente (1957). El espacio litúrgico se hace sereno y dinámico, siendo capaz de construir una ordenación de la asamblea que deja el altar en una posición absolutamente central (García, 2010; Llamosas, 2016) (Figura 5).

Figura 5. Capilla de San José del Altillo,

Ciudad de México (México).

Fuente: Fotograma video de Desde la fé, 2019 [Youtube]. Licencia estándar.

Convento de las Madres Capuchinas Sacramentarias

Ahora veremos algunos monasterios. Al sur de la Ciudad de México, en Tlalpan, el convento de las Madres Capuchinas Sacramentarias (1953-1960), es un proyecto muy conocido y estimado, diseñado por Luis Barragán, como un donativo a la comunidad religiosa, tanto en su diseño como en su construcción. La capilla puede ser descrita como un intento por compatibilizar la contención y minimalismo propios de una sensibilidad artística moderna con la tradición colonial local. Todos estos elementos se hacen presentes en el uso del color —típico de Barragán— y el protagonismo de la luz, fundamental en muchas de las iglesias y capillas latinoamericanas (Ferrera, 2015). Este esfuerzo de abstracción —geográfica y culturalmente localizada— se acaba condensando en el tríptico dorado situado tras el altar, fruto de la colaboración del arquitecto con el artista, de origen alemán, Mathias Goeritz (Figura 6).

Figura 6. Capilla de las Madres Capuchinas Sacramentarias, Tlalpan, México D.F. (México).

Fuente: Fotograma video de Savannah Mitchell, 2021, [Youtube]. Licencia estándar.

Monasterio de la Santísima Trinidad

Otro monasterio importante —artística­mente hablando— es el de la Santísima Trinidad en Las Condes, a las afueras de Santiago de Chile. Se trata de una obra de los arqui­tectos y religiosos benedictinos Gabriel Guarda y Martín Correa, la cual fue realizada exactamente durante el Concilio Vaticano II (1962-1964). Cabe decir que, los diseñadores aceptaron el encargo contra su voluntad, asumiéndolo en virtud de la santa obediencia debida a sus superiores (M­uñoz, 2012; 2014). Su iglesia condensa a­lgunas de las convicciones que primaron en los círculos eclesiásticos culturalmente sofisticados d­urante esos años: minimalismo, abstracción, sinceridad constructiva, adecuación litúrgica, cosmología, etc. El edificio recoge también la atención la cual en aquel momento se prestaba desde Latino­américa a las elaboraciones europeas contemporáneas, entre las que se pueden rastrear las de Le Corbusier y de Miguel Fisac (Figura 7).

Figura 7. Monasterio benedictino de la Santísima Trinidad, Las Condes-Santiago (Chile).

Fuente: Fotografía tomada por Irashtar, 2010 [trabajo propio]. CC BY-SA 3.0 deed.

Abadía benedictina de San José

Dos décadas después, el venezolano Jesús T­enreiro Degwitz construyó, en Güigüe (Venezuela), la abadía benedictina de San José (1986-1990) (Figura 8). Menos conocida que las obras anteriores, se piensa que es un buen ejemplo de la mirada crítica que se produjo durante los años ochenta sobre la arquitectura de vanguardia. El programa se despliega espacialmente según un esquema de esvástica abierta a los cuatro puntos cardinales, buscando una nueva relación de apertura con el contexto que lo rodea (R­odríguez, 2015). Más allá de rasgos externos como las ventanas circulares o los paños de albañilería confinados por un marco hormigón —Tenreiro siempre fue un gran admirador de Louis Kahn—, resuena el esfuerzo de reinterpretar la tradición entendida en sentido genérico, no local, así como el diálogo con el p­asado. Con su planta longitudinal, esta i­glesia manifiesta, por una parte, una actitud poco entusiasta frente a las novedades litúrgicas, y por otra, en una nueva confianza acerca de las posibilidades que puede ofrecer el conocimiento de la historia de la arquitectura para el proyecto de un espacio de culto contemporáneo (Figura 8).

Figura 8. Abadía benedictina de San José, Güigüe (Venezuela).

Fuente: Fotografía tomada por Josebecerra5294, 2012 [trabajo propio]. CC BY-SA 3.0 deed.

Capilla de Soca

Para terminar esta sección, nos podemos referir a una iglesia de carácter funerario: la capilla de Soca, en Canelones, Uruguay (1962-1966), obra del arquitecto español Antonio Bonet Castellana (Figura 9). Si desde un punto de vista programático fue pensada como un panteón dedicado al doctor Francisco Soca y a su hija Susana —esta última fallecida en un accidente aéreo en Brasil—, desde un punto de vista formal la capilla se concibe como la intersección de dos prismas triangulares de hormigón que se unen en planta formando una cruz latina (Dejtiar, 2017). Cada volumen conforma una celosía la cual se piensa desde un módulo t­riangular equilátero, dividido en veinticinco pequeños triángulos que a su vez se subdividen en otros nueve y alojan cientos de pequeños vidrios de colores (exactamente 2 900). La luz que se filtra por ellos, de tonos violetas, verdes y ocre-naranja, define completamente la obra. Parece claro que Bonet deseaba crear un espacio ardiente, una moderna vidriera gótica, donde el color envolviera por completo al visitante, trasladándole por un momento al paraíso (Figura 9).

Figura 9. Capilla de Soca. Canelones (Uruguay).

Fuente: Fotografía tomada por Coquimbo58, 2020 [trabajo propio]. CC BY-SA 4.0 deed.

El enfoque alternativo

Para muchos, la arquitectura religiosa contemporánea ha quedado reducida a unos cuantos edificios que actúan como iconos en el imagi­nario colectivo. Sin embargo, no cabe duda de que la arquitectura es un arte útil, y por lo tant­o, una actividad eminentemente social; la cual, para este caso, resulta mucho más interesante saber cuales fueron los edificios que por diversas r­azones han marcado la vivencia de la fe en una determinada zona del mundo —o que han sido consecuencia de ella—, que volver una y otra vez sobre aquellos iconos cuya representatividad se ha puesto en entredicho. Estas razones f­ueron organizadas en seis bloques: los fenómenos natu­rales, la inmigración europea, los religiosos arqui­tectos, los grandes santuarios marianos, las vicisitudes de la política y las utopías.

Los fenómenos naturales

Antes de empezar este apartado, conviene recordar que, la construcción de muchas de las iglesias que apenas han sido visitadas por la crítica se ha debido a necesidades sobre­venidas. Latino­américa es un continente agitado y convulso, el cual ha sido escenario de fenómenos naturales y sociopolíticos donde los edificios se han tenido que reconstruir muchas veces, debido a guerras y revoluciones, pero también a terremotos, huracanes o desastres de diversa índole.

• Catedral de san Bartolomé

Un buen ejemplo es la catedral de Chillán, la única catedral moderna que forma parte de la Nómina de Monumentos Nacionales de Chile, para el año 2014 (Fernández-Cobián, 2018). Situada en las estribaciones de los Andes, a pocos kilómetros de Concepción, la ciudad de Chillan fue refundada hasta cuatro veces tras su primer establecimiento en 1580. En 1925, la iglesia matriz de san Bartolomé se convirtió en catedral. Poco duró, ya que catorce años más tarde, el gran terremoto de 1939 arrasó toda la ciudad, causando la muerte de 30 000 per­sonas. Ese mismo año, el obispo Jorge Larraín Cotapos encargó a su sobrino Hernán Larraín Errázuriz —siendo todavía estudiante de arqui­tectura— un diseño para el nuevo templo catedralicio (1939-1960). Éste, en el marco de su proyecto de titulación universitaria, elaboró un arriesgado ejercicio de estilo el cual incluía una nave cubierta por arcos parabólicos entrelazados y una monumental cruz de 39 metros de altura. Las obras comenzaron en 1942 y el edificio se terminó en 1960, convirtiéndose enseguida en el símbolo de la ciudad. Setenta años después, el terremoto de Maule, en 2010, volvió a destruir una parte de la ciudad y diversos edificios emblemáticos; la catedral perdió sus vidrieras, pero afortunadamente se mantuvo en pie (Figura 10).

Figura 10. Catedral de san Bartolomé, Chillán (Chile).

Fuente: Fotografía tomada por Cuidro, 2018 [trabajo propio]. CC BY-SA 4.0 deed.

• Catedral de Nuestra Señora del Carmen

Otro caso parecido es el de la catedral de Nuestra Señora del Carmen, en Barquisimeto, Venezuela (1959-1969). Concebida por los arqui­tectos Jan Berkam y Alfredo Jahn Jiménez, es la tercera catedral construida en ese lugar; la última había sido gravemente dañada por el terremoto de 1950. La catedral es el destino de la concurrida procesión popular de la Divina Pastora, la cual cada 14 de enero parte de la ciudad de Santa Rosa para emprender un recorrido parroquial que concluye el sábado previo a la Semana Santa, cuando retorna al punto de origen. La forma del edificio es muy llamativa, una suerte de inmensa flor posada sobre el valle del Turbio la cual resulta de una macla de varias superficies de doble curvatura —paraboloides hiperbólicos e hiperboloides—, en un intento de afrontar el riesgo de nuevas sacudidas sísmicas. Por eso, su cubierta está construida con una red de cables de acero postensados que se apoyan en grandes arcos de hormigón armado y que, a su vez, sostienen paneles de vidrio traslúcido. La luz baña literalmente el interior del templo (Calvo, 2019) (Figura 11).

Figura 11. Catedral de Nuestra Señora del Carmen, Barquisimeto (Venezuela).

Fuente: Fotografía tomada por reindertot, 2010 [Flick]. CC BY 2.0.

La inmigración europea

Durante buena parte del siglo XX, la a­usencia de centros superiores de formación en disciplinas técnicas fue un lastre para la titulación de arquitectos locales en América Latin­a. Por otra parte, la inestabilidad política al otro lado del Atlántico motivó a que muchos arquitectos cruzaran el océano y se establecieran en el continente. Aunque el fenómeno fue general, desde el Caribe hasta Tierra de Fuego, se puede solamente citar el caso de los alemanes que se asentaron en el sur de Brasil, donde in­migración germánica había comenzado ya hacia 1820. Durante el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales el éxodo se acrecentó; el estado de Santa Catarina fue el más afectado, especialmente las ciudades de Blumenau y Joinville.

• Catedral de San Pablo A­póstol

La comunidad de los franciscanos quienes regentaban la parroquia de San Pablo A­póstol, en Blumenau (Brasil), querían que el famos­o baumeister alemán Dominikus Böhm les d­iseñara su iglesia, tal como había hecho poco antes durante la presidencia de Getúlio Dornelle­s Vargas (1949-1951). Debido a su deli­cado estado de salud, Dominikus envió a su hijo Gottfried, quien entonces contaba con 33 años de edad. En un primer momento, los reli­giosos quedaron decepcionados, pero cuando al cabo de pocos días el joven les dibujó una enorme perspectiva del proyecto de la nueva iglesia, se dieron cuenta de que podían confiar en él (Noll e Odebrecht, 2014). La catedral de San Pablo Apóstol (1953-1961) es absoluta­mente germánica, y sigue los patrones que Böhm padre había propuesto en sus obras más importante­s. A pesar de estar realizada en hormigón armado, la ligereza estructural es patente, y se ve subrayada por el empleo de elementos tradicionales, como el rosetón, el campanario o la disposición longitudinal de la nave, todo ello convenientemente estilizado. En el interior, las piezas de granito rojo y las vidrieras coloreadas producen hermosos efectos de iluminación (Martino, 2021). El 19 de abril de 2000, con motivo de la creación de la diócesis de Blumenau, la iglesia matriz de San Pablo Apóstol fue elevada a Catedral (Figura 12).

Gottfried Böhm construiría un poco después en Brusque, Brasil, la iglesia de San Luis G­onzaga (1953-1962) (Wittmann, 2020). Además proyectó para Tubarão la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad, y para Joinville, la de San Francisco Javier, estas dos últimas no ejecutadas

Figura 12. Catedral de San Pablo Apóstol, Blumenau (Santa Catarina, Brasil).

Fuente: Fotografía tomada por Roni Vahldiek, 2007 [Flick]. CC BY 2.0.

• Iglesia de São Bonifácio

Hans Broos fue uno de los arquitectos alemanes que se estableció en el estado de Santa Catarina (Brasil). De Espíritu inquieto y aventurero, en sus escritos explica que, las noticias que le llegaban de la arquitectura brasileña eran tan convincentes que decidió emigrar a Brasil, país que se le presentaba como un campo ilimitado de trabajo y creatividad. En 1953 construyó en Blumenau la iglesia de Itoupava Seca. Posteriormente también levan­taría en Sao Paulo la abadía de Santa María, y en Vinhedo, el monasterio de São Bento.

La iglesia de São Bonifácio es la sede de la comunidad alemana de São Paulo (1965-1988), es un edificio excepcional que consta de dos programas distintos; por un lado, el centro parroquial y las viviendas de los sacerdotes, situados en un zócalo semienterrado el cual aprovecha la fuerte pendiente del terreno; y por otro, la iglesia misma, un bloque alto y cerrado sostenido por cuatro pilares periféricos. La planta intermedia, totalmente libre, es un atrio cubierto, donde una rampa y una escalera ubicadas en un discreto volumen acristalado el cual da acceso a ambos programas. A excepción de unas aberturas en la fachada posterior, la iluminación del espacio de culto es cenital. La sinceridad constructiva, absolutamente bruta­lista, no pasa por alto consideraciones acústicas y ambientales. Y aunque los detalles internos pueden parecer escasos, todos ellos están cuida­dosamente diseñados, con una sensibilidad muy centroeuropea (Bielschowsky y Serraglio, 2014) (Figura 13).

Figura 13. Iglesia de San Bonifacio, São Paulo (Brasil).

Fuente: Daufenbach (2006).

Los religiosos arquitectos

Ahora nos referiremos a un hecho poco cono­cido: los religiosos arquitectos del siglo XX. Entre ellos se encuentran los benedictinos, jesuitas, dominicos, franciscanos o miembros de órdenes misioneras. Algunos, como Ernesto Vespignani y Cajetan Baumann, a pesar de ser europeos, construyeron toda su obra en América. También hay latinoamericanos, como fray Gabriel Chávez de la Mora, la hermana Laide Sonda o los ya citados Dom Gabriel Guarda y Martín Correa. Para todos ellos, la arquitectura fue un modo de formalizar su vocación específica, un servicio a Dios y a los demás, por lo que adquirió una nueva densidad (Fernández-Cobián, 2021a).

El primer religioso-arquitecto del siglo XX del que se tiene constancia es el italiano Ernesto Vespignani (1861-1925). En 1879 se graduó en la Accademia Albertina di Belle Arti de Turín, y sólo se ordenó como sacerdote salesiano diez años después. En 1901 llegó a Buenos Aires, tras haber sido llamado por su hermano José —por entonces Superior de la Sociedad de Don Bosco en Argentina— para construir allí la nueva basílica de María Auxiliadora y San Carlos Borromeo (1900-1910), la cual a la postre sería su obra más importante (Gil y Wichepol, 2004). Tras revalidar el título de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires (1905), Vespignani organizó en esa misma ciudad la Oficina Técnica Central de Arquitec­tura Sale­siana. Su arquitectura se pued­e calificar como ecléctica, ya que experi­mentó con muchos otros estilos, aunque inicialmente había partid­o del r­ománico transalpino para obtener una imagen que recordara el origen geográfico de su congregación. La Oficina Técnica construyó unas setecientas iglesias y colegios en toda Latino­américa y los Estados Unidos, hasta su clausura en 1962, ya fallecido su fundador (F­igura 14).

Figura 14. Basílica de María Auxiliadora y San Carlos, Buenos Aires (Argentina).

Fuente: Fotografía tomada por Roberto Fiadone, 2016 [trabajo propio]. CC BY-SA 4.0 deed.

Si Vespignani fue el primero, se puede decir que fray Gabriel Chávez de la Mora es el último de e­sta larga serie. Oriundo de Guadalajara (M­éxico, 1929), ingresó en el monasterio benedictino de Santa María de la Resurrección (Ahuacatitlán, Cuernavaca) en 1955, sólo unos días más tarde de haber concluido sus estudios de arquitectura. Durante sus primeros meses allí realizó trabajos agrícolas y artesanales, pero ya en 1957 recibió el encargo de diseñar la nove­dosa capilla del monasterio, y poco después, el obispo Méndez Arceo le confió la rehabilitación de la catedral de Cuernavaca. Luego los encargos se sucedieron, y en 1973 entró a formar parte del equipo que construiría la nueva basílica de Guadalupe, traba­jando sobre todo en la definición de su solución litúrgica. La extensa obra de fray Gabriel se ha publi­cado en varias monografías (Plazola, 2006; 2010; Argüelles, 2020). Es de destacar que este monje-arquitecto empezó su trayectoria rodeado de acciones de vanguardia, tanto en lo personal como en lo arquitectónico, y que esa vocación transgresora nunca lo ha abandonado del todo. De hecho, si su primer monasterio se puede calificar de experimental fue porque la innovación litúrgica, las vestiduras monacales de corte zen o incluso las diversas iniciativas psicoanalíticas que se implementaron en él formaban parte del día a día de la vida religiosa (Fernández-Cobián, 2021b) (Figura 15).

Figura 15. Capilla del monasterio benedictino de Santa María de la Resurrección, Ahuacatitlán (Cuernavaca, México).

Fuente: Fernández-Cobián (2021b).

Los grandes santuarios marianos

Tal vez los grandes santuarios nacionales no sean las iglesias de más calidad —arquitectónicamente hablando— que se hayan construido en Latinoamérica durante el siglo XX. Sin embargo, se levantan como referentes identitarios en sus respectivos países, y son visitadas por cientos de miles —incluso m­illones, en algunos casos— de fieles cada año. Son edificios que se erigen como símbolos de la identidad de todo un país, lo que no ha sido obstáculo para que su construcción casi siempre haya levantado polémicas (Fernández-Cobián, 2015). Así ha sucedido en Brasil, por ejemplo, con el santuario de Nuestra Señora Aparecida proyectado por Benedito Calixto Neto (1955-1980).

• Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe

Volviendo a Guadalupe, la nueva basílica de Santa María fue construida para sustituir a la antigua iglesia colonial dedicada a la patrona de América, muy afectada por el hundimiento del subsuelo de la Ciudad de México (México). Fue diseñada por un equipo de arquitectos, quienes estaban dirigidos por P­edro Ramírez Vázquez; la obra fue concibida como una estructura flotante de hormigón armado, anclada a un mástil central, el cual estaba apoyado en el fondo de la laguna. Se consagró el 12 de o­ctubre de 1976. Su forma circular, de unos cien metros de diámetro, responde a la necesidad de que todos los peregrinos p­uedan participar de las celebraciones litúrgicas y venerar la imagen de la Guadalupana desde cualquier lugar de la basílica. Adicionalmente, para facilitar la cercanía a la tilma de Juan Diego, se construyó un pasa­dizo por debajo del altar mayor, dotado de c­intas transportadoras. En el interior del t­emplo caben 10 000 personas, distribuidas entre la nave central y las nueve capillas del piso supe­rior. En este nivel, una capilla abierta se abre hacia la plaza, de modo que el número de asistentes pueda multiplicarse. Su construcción ha sido definida como un ejemplo de armonía, ecumenismo y buen entendimiento entre dos instituciones —el Estado mexicano y la Iglesia católica— las cuales llevaban más de un siglo presentando grandes desencuentros (Artigas, 2010), aunque la magnitud de las obras motiv­ó la protesta de algunos sectores de la propia Iglesia, agrupados en torno a la Teología de la Liberación. La obra se terminó en un tiempo récord y en la actualidad es visitada por unos doce millones de personas al año (Figura 16).

Figura 16. Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, Ciudad de México (México).

Fuente: Fotografía tomada por Drkgk, 2018

[trabajo propio]. CC0 1.0 deed.

• Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia

La actual basílica de Nuestra Señora de la Altagracia, patrona de República Dominicana, reemplazó al antiguo santuario del siglo XVI. Fue proyectada por los arquitectos franceses André-Jacques Dunoyer de Segonzac y Pierre Dupré, tras ganar un concurso internacional al que se presentaron proyectos de doce países. La primera piedra se colocó en 1954, pero el edificio no se inauguró hasta 1971. En el exterior, un conjunto de pórticos formados por paraguas de hormigón protegen a los peregrinos que acuden a visitar a su patrona. Los devotos suben al camarín de la Virgen para tocar el cristal del cuadro, encienden una vela y casi siempre piden un deseo. A veces llevan un hábito de raso negro y vienen caminando desde la otra punta de la isla. Siempre se ha pensado que este edificio es una buena muestra de las limitaciones que presenta la arquitectura moderna para ponerse a la altura de las circunstancias, en este caso para servir de marco a una piedad popular bastante primitiva que en ocasiones se confunde con la santería u otros ritos pre­cristianos (Fernández-Cobián, 2015) (Figura 17).

Figura 17. Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia, Higüey (República Dominicana).

Fuente: Fotografía tomada por Celiovmota, 2009 [Celio Mota River, Neohábitat]. CC BY-SA 3.0 deed.

Política y arquitectura religiosa

En América Latina, la religión es una fuerza poderosa en la vida de los pueblos, por lo que su manipulación interesada ha sido una tentación frecuente entre los poderosos. De ahí que hayan existido momentos en los que la arquitectura reli­giosa se ha mezclado con la política de un modo dramático.

• Iglesia Nuestra Señora del Rosario

Localizada en el centro histórico de San S­alvador fue fundada en 1545 como la primera parroquia de la ciudad. En 1962, la iglesia era de madera y lámina metálica ondulada, por lo que el superior de los dominicos encomendó al joven escultor y aprendiz de arquitecto Rubén Martínez Bulnes el diseño de la nueva iglesia (1962-1971). Al principio, los planos no fueron admitidos por las autoridades locales —ni siquiera por las eclesiásticas—, pero finalmente, el mismo papa Juan XXIII autorizó el proyecto. Arquitectónicamente hablando, la iglesia no es más que una sencilla bóveda compuesta por vidrieras de hormigón armado que se apoya en dos grandes arcos laterales. La nave es completamente diáfana y no hay nada que obstaculice la contemplación del altar por parte de los fieles. Desde este punto de vista, la iglesia es un monumento a la sinceridad, el recogimiento y la humildad. No hay concesión alguna al lujo ni la ostentación. Su amplitud, más que grandiosa, es el recipiente de una extraordinaria luminosidad, tenue e intimista (Figura 18).

Sin embargo, este templo es realmente importante por los acontecimientos que se desarro­llaron en él. Durante los años setenta, el Rosario se convirtió en uno de los foros privilegiados para hacer oír las crecientes protestas de los obreros, estudiantes y campesinos contra el gobierno salva­doreño. Así ocurrió en 1977 y 1979, cuando dos multitudinarias concentraciones acabaron en una masacre que no fue peor gracias a que los padres dominicos abrieron las puertas de la iglesia para que los manifestantes se pusieran a salvo de los disparos del ejército. Los muertos fueron enterrados en el interior del templo, y sólo la mediación del arzobispo Óscar Romero pudo salvar a los supervivientes. Cinco meses más tarde, el propio Romero pagaría ese gesto con su propia vida (Figura 18).

Figura 18. Iglesia Nuestra Señora del Rosario, San Salvador (El Salvador).

Fuente: Fotografía tomada por ByCrcg1, 2023 [trabajo propio]. CC BY-SA 4.0 deed.

• Catedral de la Inmaculada Concepción

El 26 de junio de 2020, la catedral de la Inmaculada Concepción (Figura 19), en Managua (Nicaragua, 1990-1993), fue objeto de un atentado que destruyó la capilla de la Sangre de Cristo (Mirand­a, 2020). Esta acción ha sido una más dentro de la campaña de profanación de iglesias católicas que ha venido pro­moviendo el gobiern­o sandinista desde 2018. Aunque la cate­dral constituye uno de los principales atractivos turísticos de Managua, siempre ha sido un edificio controvertido, y tal vez la poca simpatía que la izquierda nicaragüense le profesa a este edificio tenga algo que ver con su origen (Barba, 1997).

La antigua catedral había acusado el terremoto de 1972, pero el abandono que sufrió el edificio durante los largos años de guerra civil fue incluso más nocivo que el propio seísmo, así que en 1985 se decidió levantar una nueva, algo apartada del centro histórico. Pero sólo con la marcha de los sandinistas y la llegada al poder de Violeta Chamorro (1990) fue posible comenzar a construirla. El edificio fue financiado por el empresario estadounidense Tom Monaghan, fundador de Domino’s Pizza y ex-promotor —entre otras muchas causas republicanas— de la Contra nicaragüense. Monaghan, que había dado un giro radical a su vida tras convertirse al catolicismo, llegó a un acuerdo con el cardenal Miguel Obando: elegiría personalmente al arquitecto —Ricardo Legorreta—, supervisaría las obras y las financiaría de manera proporcional a los recursos aportados por los norteamericanos (3 a 1) o por los propios nicaragüenses (10 a 1). La catedral formaba parte de un proyecto más amplio de construcción de doscientas pequeñas iglesias en Latinoamérica, destinado a frenar el avance de las comunidades evangélicas por la región (Figura 19).

Figura 19. Catedral de la Inmaculada Concepción, Managua (Nicaragua).

Fuente: Fotografía tomada por Byralaal, 2023 [trabajo propio]. CC BY-SA 4.0 deed.

Las utopías

Finalmente, podemos referirnos a dos fenómenos típicamente Latinoamericanos, los cuales aunque se encuentran uno en las antípodas del otro, se puede pensar que podrían englobarse dentro de un capítulo llamado ‘utopías’. Nos referimos a la Teología de la Liberación y al neopentecostalismo.

La Teología de la Liberación fue, en cierto modo, el movimiento que posicionó a Latino­américa en el panorama católico internacional durante los años setenta y ochenta. Se ha discu­tido mucho acerca de sus propuestas políticas, pastorales o teológicas, pero, ¿qué arquitectura proponían sus defensores?

• Capilla del obispo Pedro Casaldáliga

El pintor y religioso claretiano Maximino C­erezo Barredo, autor de muchos de los M­urais da Libertação existentes en la prelatura de São Félix de Araguaia, en el Mato Grosso brasileño (Eldorado FM, 2014), describía así la capilla del obispo Pedro Casaldáliga (Figura 20), que fue uno de sus protagonistas más mediáticos:

Los encuentros de oración de la comunidad que vivía en la casa de Pedro [...] se hacían al aire libre, siempre que el tiempo lo permitía, en un rincón del quintal, a la sombra de un hermoso árbol [...] En alguna de mis vistas a Pedro, surgió la idea de hacer una capilla en el quintal, pero que necesariamente estuviese abierta a los árboles, a los vecinos, al sol y a la sombra. Dibujé la idea, a mano alzada, en uno de los sobres de las revistas que Pedro recibía. [...] Lugar de oración, de celebración de la eucaristía diaria entre el rumor de las hojas de los árboles, el canto de los gallos de los vecinos y el indolente paseo de los gatos que rondan por allí. [...] Con el tiempo añadí algunas cosas: la pintura del sagrario, el frente del altar, y la placa de aluminio repujado [...] que sirve de fondo a la caja de las reliquias de los mártires: un pedazo de la casulla ensangrentada de Arzobispo Romero y un fragmento del cráneo de Ignacio Ellacuría. [...] Durante muchos años estuvo sobre el pequeño altar la terracota de una paloma de la paz, que le llevé a Pedro desde Ica, Perú. Obra de un campesino que había sido torturado por las fuerzas de seguridad del país y que fue liberado gracias a las denuncias y gestiones de la Comisión de Derechos Humanos de la región (Cerezo, 2020).

Indigenismo, sencillez, elementalidad, ¿contra­­cultura?... (Figura 20).

Figura 20. Capilla personal del obispo Pedro Casaldáliga, San Félix Araguaia (Brasil).

Fuente: Gaztelumendi (2020).

• Paróquia Nossa Senhora da Assunção

Por su parte, la parroquia de Sao Félix puede definirse como un barracón limpio, elegante a su modo, y presidido por uno de los murales revolucionarios de Cerezo Barredo. Fue diseñado por Pedro Solá, también claretiano y uno de los primeros compañeros de Casaldáliga en Brasil (Figura 21).

Figura 21. Catedral de Sao Félix de Araguaia, San Félix Araguaia (Brasil).

Fuente: Paróquia Nossa Senhora da Assunção- São Félix do Araguaia- MT (2020).

Megachurches

No cabe duda de que el neopentecostalismo t­rabaja con espacios completamente disímiles, no solamente en América latina, sino en todo el mundo. Descomunales recintos religiosos se construyen en la actualidad en África (sobre t­odo en Nigeria) y en Asia (Corea del Sur, I­ndia, etc.). Normal­mente se trata de antiguas infra­estructuras en des­uso, adquiridas por las comunidades cristianas neopentecostales y convertidas en espacios de culto multitudinario. En efecto, las megachurches —como se las conoce popularmente— son un fenómeno cada vez más frecuente, pero que tiene una incidencia singular en Latinoamérica (Sato et al., 2017).

En estos momentos, existe una especie de competición para ver quien construye el mayor recinto de fe; esta carrera la va ganando Mega Frater, en Guatemala, con un edificio de nueva planta. En Brasil podemos citar a la Igreja da Paz, en Santarem, o la Igreja Batista de Lagoinha, en Belo Horizonte, ambas capaces de acoger a cincuenta mil personas.

• Iglesia Agua Viva

Un poco menos es la Iglesia Agua Viva, en Lima, Perú, realizada sobre el antiguo Coliseo Amauta, el recinto cubierto más grande del Perú (Emilio Harth Terre, 1944-1948), ubicado en la zona oeste del Cercado de Lima. Fue inaugurado a finales de los años cuarenta como plaza de toros con una capacidad para 20 000 personas, pero no tuvo mucho éxito; tiempo después fue remodelado para convertirlo en un espacio cerrado, apto para espectáculos deportivos, culturales y circenses. En 1981, Panamericana Televisión compró el Amauta y lo convirtió en la sede de eventos tales como programas infantiles, conciertos o festivales de belleza. Desde marzo de 2004 y debido a la crisis, el coliseo estuvo prácticamente abandonado a su suerte. Tras una serie de intentos por reflotarlo sin éxito, y a mediados del año 2009 la Iglesia Comunidad Cristiana Agua Viva adquirió el edificio, cuya remodelación concluyó en 2011. En la actualidad, el local acoge las reuniones semanales de esta Iglesia, así como diversos eventos religiosos y políticos (Figura 22).

Figura 22. Iglesia Agua Viva (antiguo Coliseo Amauta), Lima (Perú).

Fuente: Wayka (2017).

Conclusiones

Durante el siglo XX se ha construido en Latino­américa mucha arquitectura religiosa impor­tante: cientos de catedrales —muchas más que en los cuatro siglos anteriores—, santuarios, pequeñas capillas privadas, espacios conmemorativos para orar por la paz, etc. Barrie (2020) explica que, toda arquitectura religiosa es una amalgama de elementos estéticos, sociales, polí­ticos, culturales, económicos y doctrinales; y que a menudo, estos elementos se materializan de formas muy diferentes aún dentro de una misma religión, dando lugar a arquitecturas muy dispares.

Por estas razones se puede consicerar que como arquitectos es nuestra responsabilidad incorporar al discurso académico el punto de vista del client­e —una Iglesia, un colectivo, una determinada comu­nidad de usuarios que reclama un espacio significativo e identificable, una sociedad— para poder comprender lo que está sucediendo a nuestr­o alrededor. De esta forma podremos s­uperar la visión exclusivamente artística del patrimonio edificado, y volver a poner en primer plano a­spectos que configuran de manera inequívoca la identidad de los pueblos a los que estos edificios sirven. Sólo de este modo podrán ser preservados para las generaciones futuras.

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Esteban Fernández-Cobián. Doctor. Arquitecto. Profesor titular de la Universidade da Coruña (España). https://orcid.org/0000-0002-5290-4357

Figura 9. Capilla de Soca. Canelones (Uruguay).